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martes, 26 de octubre de 2010

La condición humana: Hannah Arendt

Hacemos un poco de Historia



En esta sección del ensayo pretendemos situar en el tiempo a los lectores y ofrecemos una reseña acerca de una de las más sensibles y grandes teóricas políticas del siglo XX en su libro “La Condición Humana”.

Aunque toda su vida criticó su categorización o clasificación como filósofa, pues consideraba que ésta se encargaba de los asuntos “del hombre” mientras ella buscaba respuestas acerca de “los hombres” que habitaban el mundo, consideró que igualmente la teoría política no puede prescindir de la comprensión del hombre sin caer en análisis miopes, premisa por la cual llego incluso a contradecirla definiéndola como una de las más grandes filósofas de todos los tiempos pues sus reflexiones poseen una tremenda carga sensible, muy femenina, leyendo de forma muy original la realidad de su época y estableciendo el principio para lo que actualmente se considera como la teoría consensual contemporánea.

Hannah Arendt nace el 14 de octubre de 1906 Linden (Hanover), Alemania, y muere en Nueva York en 1975. De origen judío, Arendt pierde a su padre a una temprana edad y su educación termina siendo llevada a cabo por su madre, Cohn, con un carácter liberal. Ser judía representaba para ella su raíz más profunda, se consideraba alemana en nacionalidad, lengua y poesía, pero culturalmente no prescindía de su real origen teológico.
Estudió en diferentes universidades alemanas junto a Heidegger, Hartmann, Husserl, entre otros, por lo cual una de sus influencias más importantes deriva de la filosofía existencialista, aunque no deje de ser una de sus más grandes críticas.
Era una mujer muy apasionada, desde temprana edad tuvo un romance con uno de sus maestros, Heidegger, durante el ascenso del nacionalsocialismo y el nazismo trabajó en centros de estudio sionistas (judíos) aunque terminara en su madurez por separarse de tal doctrina; gran activista política y sobretodo un ser humano muy consecuente consigo misma, lo que la haría confrontar con amistades suyas y que terminaría por suprimirle su nacionalidad alemana, iniciando un desplazamiento que iniciaría en Paris, en un campo de “entrenamiento” para terminar finalmente viviendo como paria en el país de las oportunidades y el Plan Marshall. Durante largo tiempo mantiene sola la estabilidad económica del matrimonio ya como nacional norteamericana, tierra desde donde se concentraría a canalizar todos sus estudios acerca del totalitarismo, las revoluciones, la cuestión judía, y obviamente sus meditaciones acerca de la condición humana.












Introducción


En este trabajo pretendemos interpretar el pensamiento de Hannah Arendt con el fin de comprender la condición humana y la esfera pública y privada en la dimensión de las cuestiones éticas.

En su prólogo, la autora empieza resaltando la importancia de la tierra como espacio sobre el cual habita el hombre y establece su relación con los demás seres vivos que también la habitan. Por lo tanto resulta ser la quinta esencia de la condición humana. No deja de ser paradójico que hoy en día la ciencia haya avanzado a niveles en donde la manipulación genética y ansia del hombre por convertirse en Dios y tener la posibilidad de poder crear vida son ya no tan lejanas, pues desde el pensamiento de esta teórica ése sería el último lazo del que el ser humano prescindiría para considerarse entre los “hijos de la Naturaleza”.
La edad moderna ha quedado atrás, ese tiempo de revoluciones científicas, artísticas y culturales que abren paso a un nuevo camino para la cultura occidental, vendrían las primeras explosiones atómicas que marcarían –aunque no de forma muy trascendental- el surgimiento del mundo moderno, esta era de acomodación capitalista de gran parte de los Estados ya formados, el individualismo (que Arendt niega) como forma de ser en el mundo.
La especial relevancia de la obra de Hannah Arendt reside, según los estudiosos, en su pensamiento político abierto, pluralista y con capacidad de ponerse en el lugar de cualquier otra persona.
Es decir, con el hecho de que el hombre vive como un ser “distinto y único entre iguales” Dicho pensamiento afirma la pluralidad de los seres humanos entendidos como seres que tienen que solventar sus diferencias en el plano donde se da el hecho político: el espacio público.

La revelación de la “unicidad” del hombre, realizada a partir del discurso y de la acción, significa el descubrimiento de un “quien”, el cual no puede reducirse a todo lo que alguien “es” (el que comprende cualidades y defectos que los hombres pueden tener en común). Este “quien”, siempre implícito en las acciones y discursos, no sólo no puede manifestarse de forma voluntaria, sino que además se mantiene oculto para el propio actor, aún cuando los otros lo perciban con claridad. De allí que la “plena aparición” de la acción precise de la esfera pública para realizarse.
“La plena aparición” de la acción depende de los otros no sólo porque el “quien” no puede revelarse al propio agente, sino también porque la pluralidad es la condición para que dicha revelación no carezca de realidad, en palabras de Arendt, para que no transcurra como si fuera un sueño.

Luego, en su segundo capítulo, “La esfera pública y la privada”, la autora comienza a desarrollar los puntos de diferencia más importantes entre ambos terrenos. Para ello hará un recorrido histórico por la Grecia antigua para especificar que ya desde aquella época había una fuerte distinción entre lo privado (el ámbito de lo familiar, el ámbito de la privación) y lo público (que era propiamente el terreno político, el ámbito de la libertad).
El capítulo tiene como propósito introducir esa diferencia; no obstante, menciona allí algo muy interesante que nos sirve como una intuición de por qué Arendt prefirió a Kant y no a Aristóteles para pensar el juicio sobre lo particular. Allí Arendt deja muy claro que para Aristóteles la más elevada aptitud del hombre es el nous, (la intuición racional), que, efectivamente, está vinculada estrechamente con la actividad contemplativa.







Desarrollo


Al salir a la calle las contradicciones se revelan a través de cada uno de nuestros sentidos.
Nuestra mirada a veces no alcanza a descontaminarse del abundante gris y concreto, de estructuras que casi alcanzan a besar el cielo, de personas que cada vez nos son más ajenas; el caos urbano, todos estos nos producen una sensación de vértigo que nunca terminamos de entender; el aire ahora pesado y oscuro es inhalado y exhalado; abunda la comida cada vez más artificial, y el gusto se acostumbra a dejar de extrañar los sabores que la misma naturaleza nos provee; el tacto se atrofia progresivamente, sentimos ligeramente la presencia del otro.
Resulta natural e imprescindible para la autora dejar de contemplar el mundo que por diferentes circunstancias y necesidades históricas el hombre ha ido construyendo con sus propias manos, mente y corazón, consciente o inconscientemente.
El ser humano es un ser condicionado pues la idea de ser autosuficientes nos es improbable, innecesaria y ridícula, ni siquiera es posible pensar actualmente en ciudades-estado, sin dejar de pensar en comunidades que aún se resguardan de otras culturas excluyentes. La división social del trabajo descrita por Marx hace que nuestra vida, la de cada individuo, sea igualmente condicionada.

Por todo esto Hannah Arendt distingue tres actividades que marcan la condición humana: Labor, Trabajo y Acción.
Definiremos la labor en primer lugar. Ésta es la actividad que corresponde a los procesos biológicos del cuerpo y al mantenimiento de la vida. No conduce a un fin determinado y definitivo, sino que es repetitiva, mientras dure la vida. La labor consiste en hacer posible la vida, es la vida misma, pues mediante ella la persona permanece sujeta a sus necesidades vitales y obligada a satisfacerlas, por sí misma o, en ciertos casos en que esto es posible, recurriendo a la labor de otras.
Siguiendo a la autora, definimos el trabajo como la actividad que corresponde a lo “no natural” de la existencia del hombre. Tiene un comienzo definido y un fin determinado y predecible. Su proceso no es irreversible. Necesita manos para producir, a través de un medio, un fin. Según Hannah Arendt incluso las obras de arte, aunque tienen su origen en el pensamiento, son también trabajo, y requieren del esfuerzo de las manos para hacerse realidad.
En cuanto a la acción, es para Arendt la actividad que nos identifica realmente como humanos, tiene un comienzo definido pero su fin es impredecible. Es además irreversible, pues lo que se ha hecho no puede deshacerse. Para cumplirla, depende el ser humano de sus semejantes. Su condición básica es la pluralidad humana con su doble carácter: igualdad y distinción. La igualdad de los hombres permite el entendimiento entre ellos y la prevención de las necesidades futuras. Pero el ser humano vive como un ser distinto y único entre iguales, pues la alteridad y distinción devienen aquí unicidad.
Podríamos decir que la acción surge como respuesta al hecho de haber nacido. Esta es la única actividad que se da entre los seres humanos sin la mediación de las cosas. Así pues, la humanidad se construye a partir del ser humano individual y único entre todos, manteniendo su singularidad dentro de la pluralidad.
La capacidad de distinción con respecto al resto de los seres humanos que hayan existido o existirán, hace a los individuos dependientes del discurso y de la acción para entenderse:"la pluralidad humana es la paradójica pluralidad de los seres únicos". Esta única distinción que se revela a través del discurso y el acto, que son las dos vertientes de la acción. Éstos, acto y discurso, permiten que los seres humanos se lleguen a diferenciar unos de otros, no como objetos físicos, sino por medio de la iniciativa a partir de la cual todo ser humano hace manifiesta la libertad, máxima expresión de su condición humana.
La palabra y el acto nos insertan en el mundo humano como un segundo nacimiento, que reafirma la importancia de la natalidad, concepto fundamental para nuestra pensadora, cuando se trata de exponer los diferentes aspectos de nuestra condición.

La preocupación por la inmortalidad deriva, para Arendt, de la experiencia que tenían los griegos de un mundo en donde la naturaleza y los dioses eran considerados inmortales. Los hombres, en tanto son individuos y no meramente miembros de una especie (como los animales, obviamente), son los únicos mortales; mencionando aquí la oposición entre la línea recta que describe la vida humana y la circularidad que caracteriza a los ciclos de la naturaleza. Sólo a partir de sus realizaciones, ya sea por medio del trabajo, de actos o de palabras, los hombres pueden alcanzar un lugar en este mundo inmortal y con ello “ser dignos de las cosas que lo rodean, en otras palabras obtener una naturaleza divina”.

Por eso el nacimiento de cada persona será lo que permitirá que algo nuevo se incorpore al mundo; es la condición humana de la unicidad, que ya hemos nombrado. Y en términos generales si hablamos de nacimiento debemos incluir aquí la mortalidad del hombre, (en cuanto a principio y fin), que radica en hecho de la vida individual, con una historia desde el nacimiento hasta la muerte, se distingue de todas las demás cosas, es decir, corta el movimiento circular de la vida biológica. Vida biológica en la que dejamos huellas, en el propio hacer de nuestros actos, huellas que son imborrables, y que nos harán alcanzar nuestra propia inmortalidad.
Hemos de destacar, además, que para Arendt “lo nuevo” siempre aparece como un milagro. Este concepto que curiosamente trae evocaciones religiosas, lo encontramos en nuestra autora muy relacionado con la acción, pues ella se refiere "al carácter milagroso de la acción", con el objeto de destacar el carácter improbable e impredecible del actuar humano, en otras palabras, la fragilidad de los asuntos humanos. Sin embargo, puesto que el ser humano es libre, la acción surge como un milagro, superando siempre su improbabilidad y la imposibilidad de predecir, no sólo lo que será realizado a partir de su libertad, sino también la cascada de consecuencias que cada acción trae consigo, una vez atrapada en la red de los asuntos humanos, consecuencia de la pluralidad.
Todo individuo tiene la tarea de configurar el mundo, en conexión con las demás personas. Con ello hace referencia a las condiciones básicas de la vida activa del ser humano, que Arendt limita a “trabajar, producir, actuar”. Esta pluralidad, se da en todos los hombres que vivan en la “Tierra” y habiten en el mundo, pero todas las cosas con las que entran en contacto, se convierten de inmediato en una condición de su existencia: es decir, los hombres son seres condicionados.
Pero para no confundirse: en la labor y en el trabajo se está propiamente en el ámbito de “lo social”.
Debemos aclarar que Arendt usa el término "social" de un modo que ella considera clásico, es decir como opuesto a lo público o común. En esta concepción griega: "La natural y meramente social compañía de la especie humana se consideraba como una limitación que se nos impone por las necesidades de la vida biológica, que es la misma para el animal humano que para las otras formas de existencia animal". Con la acción, en cambio, se está en lo político (lo público y lo común) y, en tal sentido, en lo propiamente humano. El nacimiento de la ciudad-estado significó que el hombre recibía además de su vida privada, una especie de segunda vida, su bios politikos. Ahora todo ciudadano pertenece a dos órdenes de existencia, y hay una tajante distinción entre lo que es suyo y lo que es común a todos.
Entonces pensamos: que lo social no puede ser lo esencial del hombre, porque su sociabilidad es algo que comparte con el resto de los animales. Sólo su ser político es privativo de su condición, entonces uno de los condicionamientos a los que se refiere la autora anteriormente, es al de la política; éste se contagia de ciertos elementos que resultan del ordenamiento social alrededor de conceptualizaciones surgidas con la modernidad en torno al paradigma de la productividad y que terminan por manifestarse en el funcionamiento de la esfera pública.
Hoy, el sentido de la política a la luz de este paradigma no es el de la libertad como en tiempos anteriores, sino el de la necesidad y, por ello, el quehacer político se ubica en el ámbito del consumo en una renovada práctica y lectura de lo económico. La premisa de la cual se parte históricamente es que los consumidores entran en la esfera del mercado persiguiendo intereses privados y los ciudadanos por el contrario entran en la esfera de la política persiguiendo intereses comunes. Por tanto ser ciudadanos y ser consumidores serían dos cosas enteramente distintas.
Hannah Arendt rescata la experiencia de la democracia clásica griega para hacernos ver, las inmensas diferencias que existían en su inicio entre la esfera del mercado y la esfera de la política.
Para Arendt estas dos actividades son radicalmente distintas. La capacidad del hombre para organizarse políticamente esta en franca oposición a la asociación de un hogar, de una familia o del mercado.

Los griegos comprendían que la esfera del mercado era una esfera donde el hombre se encontraba sometido, en cambio la esfera de la política era una esfera donde el hombre ejercía su libertad. Su organización social se fundamentaba sobre la división tajante entre la esfera público-política y la esfera privada, donde se interactuaba en la familia y se realizaban las actividades básicas para mantener la supervivencia. La esfera público-política era regida por el principio de la libertad.
Era accesible sólo a aquellos hombres libres de estar sometidos a las necesidades de la vida. El no estar sometidos a las necesidades de la vida o a la coerción de otro hombre era la condición objetiva de la libertad.
Ser político y vivir en una polis significaba que todo se decía por medio de palabras y de persuasión y no con la fuerza o la violencia.
Para los griegos mandar en vez de persuadir eran formas prepolíticas que se manejaban en el hogar y la vida familiar. En este ámbito el jefe de familia ordenaba con poderes despóticos. "La polis se diferenciaba de la familia en que aquella solo conocía iguales, mientras que la segunda era el centro de la más estricta desiguladad." Los ciudadanos de la comunidad política ateniense, eran libres en tanto iguales. La igualdad era la propia esencia de la libertad. La libertad al igual que la felicidad (eudaimonia de la cual era condición la primera) era un estado objetivo de la vida del ciudadano ateniense.
Ser libre significaba no estar sometido a las exigencias de las necesidades de la vida, libres de la fuerza, ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es decir ni gobernar ni ser gobernado en los términos modernos que implican dominación.
Los ciudadanos eran iguales en tanto poseían privadamente todos un lugar en el mundo que les permitía participar de los asuntos del mundo común, que les permitía la entrada a la esfera público-política y a la vez, ocultar aquello que era necesario.
La esfera público-política cumplía con dos condiciones esenciales: a) Permitía a todos los ciudadanos ser vistos y oídos por todos, es decir la más amplia publicidad para un hecho visible desde todas las perspectivas posibles.
En este ámbito la presencia de los otros asegura la realidad del mundo y la publicidad es lo que permite hacer brillar a través de siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la ruina natural del tiempo. Y b) Posibilitaba un mundo común diferenciado del lugar que se poseía privadamente en él. El mundo de los asuntos humanos comunes. Esta esfera era el lugar donde los hombres podían mostrar su unicidad, su distinción y alteridad a través del discurso y la acción. Aquí ellos encontraban el recinto donde podían revelar quienes eran. La esfera pública era el sitio donde todo individuo tenía que distinguirse constantemente de los demás, demostrar con acciones únicas o logros que era el mejor.

La esfera privada en cambio era regida por la necesidad. Tenía un rasgo privativo primordial: en ella, los hombres estaban privados de realizar algo más permanente que la vida misma. Estaban privados de la presencia de los demás. Sobretodo significaba estar privado de las más elevadas y humanas capacidades, el discurso y la acción.
Pero cumplía por lo menos con dos condiciones, a) era el lugar que se poseía privadamente, es decir un lugar propio en el mundo y, b) donde lo que necesitaba ocultarse permanecía oculto. Aquí encontraban refugio las pasiones del corazón, los pensamientos de la mente, las delicias de los sentidos, todos estos tienen una oscura existencia tanto como el amor, la muerte y el dolor.

En la Edad Moderna desaparece la brecha entre lo público y lo privado. Con el ascenso de la sociedad, esto es para Arendt del conjunto doméstico o de las actividades económicas a la esfera pública, la administración de la casa y todas las materias que anteriormente pertenecían a la esfera privada se han convertido en interés colectivo.
El auge de “lo social” coincide históricamente con la transformación del interés privado por la propiedad privada en un interés público.
La sociedad cuando entró por primera vez en la esfera pública adoptó el disfraz de una organización de propietarios que en lugar de exigir el acceso a la esfera pública debido a su riqueza, pidió protección para acumular más riqueza.
Otro de los aspectos a los que conlleva el auge de lo social, como lo llama Hannah Arendt es que la distinción y la diferencia han pasado a ser asuntos privados del individuo.
En la sociedad, se sustituye la acción por la conducta.
En un tiempo relativamente corto la nueva esfera de lo social transformó todas las comunidades modernas en sociedades de trabajadores y empleados, que quedaron enseguida centradas en una actividad necesaria para mantener la vida. Todas las actividades relacionadas con la pura supervivencia se permiten aparecer en público. No obstante, la autora distingue el carácter público de los objetos producidos, que requieren para destacarse de la luz de dicha esfera, del carácter privado de la actividad que los ha producido, cuya realización se debe efectuar en aislamiento.

Por tanto, la autora, no se encuentra conforme con la sociedad moderna y su sustituto, la sociedad de masas, porque le quita al hombre no sólo un lugar público donde puede revelar quien es, que a la vez en su hogar privado donde en otro tiempo se sentía protegido del mundo y donde en todo caso incluso los excluidos del mundo, podían encontrar un sustituto en el calor del hogar y en la limitada realidad de la vida familiar. Pues la Edad Moderna comenzó con la expropiación de los pobres y luego procedió a emancipar a las clases sin propiedad.
He aquí un segundo aspecto del inconformismo de Arendt: la emancipación de las clases trabajadoras y de las mujeres se hace sólo a nivel formal.
Si antes la condición para la ciudadanía era la propiedad privada con el auge de la sociedad se pierde la condición objetiva de la libertad que era estar libres no sólo de la coerción de otros hombres sino de las necesidades de la vida, y el tener un lugar en el mundo común al tener un lugar privado propio. La abolición de este requisito de la ciudadanía, disfraza una falsa libertad de los ciudadanos modernos.
No se puede ser libre sin tener las necesidades de la vida resueltas, un lugar privado propio y sin estar libre de la coerción de otros hombres. Este último aspecto se configura como una crítica radical a las concepciones modernas de la política como dominación y hasta cierto punto como representación.

La crítica de Arendt acerca de la libertad moderna se refiere a que su fundamento no es más, la igualdad. La libertad moderna admite precisamente aquellas condiciones que por su exclusión definían la libertad en la Grecia antigua: dominación, fuerza, desigualdad. La libertad deja de ser un estado objetivo, evidenciado en la omisión por parte de las discusiones modernas de libertad, sobre la objetiva y tangible diferencia entre ser libre y estar obligado por la necesidad.
Esta es una diferencia que para la autora ha dejado de captarse.

La importancia de la relación entre propiedad y libertad reside en la concepción de la propiedad privada en el sentido de tangible y mundano lugar de uno mismo, como condición para la libertad, para lo cual lo íntimo, el descubrimiento más grande de lo privado moderno, no es un sustituto muy digno. El moderno concepto de propiedad privada se ha trasladado del lugar de uno mismo a la propia persona de uno mismo, que Marx llamó la "fuerza de trabajo", traslado en el cual la propiedad pierde su carácter mundano, en deterioro del individuo.

Todos estos conceptos nos permiten con Arendt realizar críticas a la concepción de la política moderna de la cual participamos en la actualidad: la inmensa desigualdad real de los ciudadanos, y por otra parte las decisiones políticas se toman no por los ciudadanos sino por algunas élites que compiten.
Por último la evidencia de que se ha gestado una transformación en las esferas de lo público y lo privado es que en nuestra sociedad se encuentra el consumo, que en principio estaba ligado al ámbito de la vida privada y ahora traspasa y resignifica lo público.








Conclusión

Considerando de manera original y auténtica la idea de Arendt, entendemos que la vida pública consiste en estar en un mundo de hombres con diversas perspectivas (esto es en rigor pluralidad), con variados puntos de vista.
El mundo común, la realidad común, surge de la suma total de aspectos que se muestran a una multitud de espectadores, por esto entendemos que las actividades no se dan en forma aislada, sino que se van entretejiendo en la vida de cada ser humano.

Sin embargo la autora da primacía a la acción, porque corresponde a la acción humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres vivan en la Tierra y habiten el mundo. Y por eso se llega a comprender que esa pluralidad es la condición de la acción humana. Cada ser humano en su nacimiento tiene la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar.

Ese ser humano comparte el mundo con muchos otros seres humanos. Cada uno se esfuerza por realizar una obra que perdure.

Por tanto y finalmente, queremos subrayar que Arendt asume una visión integral de la condición humana: tanto, que ve en las facultades humanas, en la disposición sencible de la comprensión y en los valores éticos de la vida íntima familiar, como valores elementales que habrán de condicionar la acción política.
Estos valores a los cuales nos referimos, bien podrían ser aplicados en un mundo como el nuestro, donde el egoísmo y la corrupción son muy evidentes, vendría bien seguir a Arendt y asumir la "fe" de nuestra libertad y reconocer en nosotros a la libertad como posibilidad de cambio que nos puede transportar hacia una clásica vinculación estética-ética-política.

1 comentario:

  1. Buen trabajo Liliana.... leí el texto sobre la condición humano, pero gracias a ti pude comprender aún mas este capitulo del libreo. Gracias por ese aporte.

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