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jueves, 21 de octubre de 2010

"El maestro Ignorante"

Introducción



La excusa de contar la historia de Jacotot, un pintoresco personaje de la revolución francesa que protagonizó por aquellos años la aventura intelectual de enseñar una asignatura a alumnos que no hablaban su idioma, usando un texto que él mismo no comprendía, sirve a Ranciere de puntapié inicial para discutir una serie de principios pedagógicos y de la educación escolar en general, de gran actualidad.
No hay ignorante, decía, Jacotot, que no sepa una infinidad de cosas, y toda enseñanza debe fundarse en este saber, en esta capacidad en acto. Instruir puede entonces significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla, o a la inversa, forzar una capacidad que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama embrutecimiento, el segundo, emancipación.
“Quien enseña sin emancipar embrutece”, predicaba. Todo hombre, todo niño, postulaba, tiene la capacidad de instruirse solo, sin maestro. El papel del docente debe limitarse a dirigir o mantener la atención del alumno. Jacotot desterraba a los maestros “explicadores” y proclamaba como base de su doctrina ciertas máximas paradójicas con las que se ganó virulentas críticas: todas las inteligencias son iguales. Quien quiere puede. Es posible enseñar lo que se ignora. Todo existe en todo.
Jacques Rancière consagró en su libro, “El maestro ignorante”, a varios personajes singulares y los sumó a su “educación universal”.
El tema no podía ser más apropiado para Rancière que, a partir de la experiencia de Jacotot, analiza los principios de su teoría y los compara con el sistema educativo y social moderno, basado en la admisión de la desigualdad entre saber e inteligencia y un modelo de educación sin explicación, pero ¿Cómo hacer para que, sin explicaciones, un niño, o un adulto entiendan lo que no conocen? Joseph Jacotot consiguió demostrar que el método de la explicación constituye el principio mismo del sometimiento, por no decir del embrutecimiento.
El maestro ignorante se explaya en cuestiones didácticas. Un libro en manos del alumno, dice, está compuesto por un conjunto de razonamientos destinados a hacer que éste comprenda una materia. Pero entonces aparece el maestro, que toma la palabra para explicar el libro. Construye un conjunto de razonamientos para explicar el conjunto de razonamientos que constituye el libro. Pero ¿por qué el libro necesita de tal ayuda? En lugar de pagar a un explicador ¿el padre de familia no podría simplemente darle el libro a su hijo y que el niño comprenda directamente los razonamientos del libro? Y si no los comprende ¿porqué comprendería mejor los razonamientos que le explicarán los que no comprendió? ¿Son de otra naturaleza? Y en ese caso, ¿no habría que explicarle también la manera de entenderlos?
Es esto lo que trataremos de explicar en este ensayo según la mirada y postura de Jacques Rancière en “El maestro ignorante”.
Desarrollo


La historia comenzó cuando Jacotot, un apreciado filósofo y pedagogo en Francia, se instaló en Bélgica por razones políticas.
Allí fue contratado por la Universidad de Lovaina para enseñar francés. Pero Jacotot fue contratado para enseñar holandés (sin saberlo), como no sabía una palabra de holandés, distribuyó a sus alumnos una versión bilingüe del Telémaco y los dejó solos con el texto y con su voluntad de aprender. Sorprendentemente, pocos meses después todos eran capaces de hablar y de escribir en francés sin que el maestro les hubiese transmitido absolutamente nada de su propio saber.
Jacotot dedujo entonces que sus alumnos habían utilizado la misma inteligencia que usa un niño para aprender a hablar.
¿Qué hace un niño pequeño? Escucha y retiene, imita y repite, se corrige, tiene éxito gracias al azar y recomienza gracias al método. Todo sin ningún maestro. Y así nació la teoría de la “educación universal” o “método Jacotot”. En el nivel empírico, ¿podríamos decir que el maestro ignorante es aquel que enseña lo que él mismo ignora? Así es. Según Jacotot, es posible enseñar lo que uno ignora si uno es capaz de impulsar al alumno a utilizar su propia inteligencia. Esa audacia hizo temblar a toda la Europa intelectual, desde Bruselas hasta San Petersburgo. Porque la osadía de Jacotot consistió en oponer la “razón de los iguales” a la “sociedad del menosprecio”. En realidad, el objetivo era la emancipación.
Jacotot pretendía que todo hombre de pueblo fuese capaz de concebir su dignidad humana, medir su propia capacidad intelectual y decidir cómo utilizarla.
En otras palabras, se convenció de que el acto del maestro que obliga a otra inteligencia a funcionar es independiente de la posesión del saber. Que era posible que un ignorante permitiera a otro ignorante saber lo que él mismo no sabía; es posible, por ejemplo, que un hombre de pueblo analfabeto le enseñe a otro analfabeto a leer.
Y aquí llegamos al segundo sentido de la expresión “maestro ignorante”.
¿Cuál es? Un maestro ignorante no es un ignorante que decide hacerse el maestro. Es un maestro que enseña sin transmitir ningún conocimiento. Es un docente capaz de disociar su propio conocimiento y el ejercicio de la docencia. Es un maestro que demuestra que aquello que llamamos “transmisión del saber” comprende, en realidad, dos relaciones intrincadas que conviene disociar: una relación de voluntad a voluntad y una relación de inteligencia a inteligencia. Pero dice que no hay que equivocarse sobre el sentido que tiene esa disociación.
Hay una forma habitual de interpretarla: como una disociación que intenta destituir la relación de autoridad magistral para remplazarla solo por la fuerza de una inteligencia que ilumina otra inteligencia. Como la mayéutica socrática, en la que el maestro finge la ignorancia para provocar el saber. Pero en la teoría de Jacotot, el maestro ignorante opera la disociación de una forma totalmente diferente. En realidad, haciendo creer que su objetivo es motivar una capacidad, la mayéutica busca demostrar una incapacidad.



A) Desarrolla conceptos en relación al siguiente eje: “Hay un Sócrates que duerme en cada explicador”


Para el autor, Sócrates no solo demuestra la incapacidad de los falsos sabios, sino también la incapacidad de todo aquel que no es llevado por el maestro por la buena senda, sometido a la buena relación entre inteligencia e inteligencia.
Siendo ésta no más que la variante sofisticada de la práctica pedagógica ordinaria, que confía a la inteligencia del maestro el trabajo de llenar la distancia que separa al ignorante del saber.
Para Jacotot, el maestro ignorante no establece ninguna relación de inteligencia a inteligencia. El maestro es solo una autoridad, una voluntad que ordena al ignorante que haga su camino. Es decir, echa a andar las capacidades que el alumno ya posee, la capacidad que todo hombre demostró logrando sin maestro el más difícil de los aprendizajes: aprender a hablar. Pero volvamos a los defectos del método explicativo.
¿Por qué la explicación es “el principio mismo del sometimiento”? El problema reside en la lógica misma de la razón pedagógica, en sus fines y sus medios. El fin normal de la razón pedagógica es el de enseñar al ignorante aquello que no sabe, suprimir la distancia entre el ignorante y el saber. Su instrumento es la explicación. Explicar es disponer de elementos del saber que debe ser transmitido en conformidad con las capacidades supuestamente limitadas de los seres que deben ser instruidos. Pero muy pronto esta idea simple se revela enviciada: la explicación se acompaña generalmente de la explicación de la explicación. Hay que recurrir a los libros para explicar a los ignorantes lo que deben aprender. Pero esa explicación es insuficiente: hacen falta maestros para explicar a los ignorantes los libros que les explicarán el conocimiento. Un proceso que podría volverse infinito si la autoridad del maestro no pusiera un punto final, transformándose en el único capaz de decidir dónde las explicaciones ya no necesitan seguir siendo explicadas. Jacotot creyó poder resumir la lógica de esta aparente paradoja: si la explicación puede llegar a ser infinita, como lo nombramos anteriormente, es porque su función esencial es la de volver infinita la distancia misma que ella está destinada a reducir.
La reduplicación de razones no tiene razón para detenerse jamás. Lo que detiene la regresión y le da su base al sistema es simplemente el hecho de que el explicador es el único juez del punto en que la explicación misma ha sido explicada.
Se podría decir entonces que la utilización de la explicación es mucho más que un medio práctico al servicio de un fin porque es un fin en sí misma. Es la verificación de un axioma primario: el axioma de la desigualdad.

Explicar algo a un ignorante es, ante todo, explicarle que no comprendería si no se le explicara. Es demostrarle su incapacidad. La explicación se presenta como el medio para reducir la situación de desigualdad en la que se hallan los que ignoran en relación a los que saben.
Explicar es suponer que hay, en el tema que se enseña, una opacidad específica que resiste a los modos de interpretación y de imitación mediante los cuales el niño aprendió a traducir los signos que recibe del mundo y de los seres hablantes que lo rodean. Esa es la desigualdad específica que la razón pedagógica ordinaria pone en escena.
El maestro conoce las respuestas y sus preguntas conducen al alumno, hacia ellas con naturalidad, es el secreto de los buenos maestros: a través de sus preguntas, quían discretamente la inteligencia del alumno, para hacerla trabajar, pero no para dejarla librada a sí misma.
El hecho de interrogar para instruír y esperar la respuesta correcta a nuestro propio conocer, es embrutecer, es el método que todo maestro (explicador) utiliza hoy.
Por esto a nuestro entender el método socrático apela a la frase “Hay un Sócrates que duerme en cada explicador”




B) Profundiza el método de la emancipación.

Para Jacotot en Ranciere la igualdad no es un resultado a alcanzar sino una premisa de la cual partir:
La inteligencia humana es básicamente igual. Y habría dos maneras opuestas de encaminarlas, dos significados contrarios de INSTRUIR:

1) Confirmar la incapacidad del otro, al querer reducirla. A esto Jacotot llamó embrutecimiento.

2) Inversamente, “forzar” una capacidad que se desconoce o se niega. A esto lo llamó emancipación.

Aquel método de la igualdad era antes que nada un método de la voluntad, se podía aprender, cuando así se lo quería, solo y sin maestro explicador mediante la tensión del deseo propio o la exigencia de una situación.
Él se opone tanto a republicanos como a progresistas, ya que ambos toman al conocimiento como causa y a la igualdad social como efecto. Tanto en tiempos de Jacotot como en la Francia de los 80, en el mundo, y en la etapa actual, considera que hay que invertir el orden. El sujeto, cada uno de nosotros, debe suponerse capaz, autónomo, emancipado, suprimiendo las diferencias supuestas.

Se preguntó: si el niño aprende la lengua materna sin necesidad de un instructor escuchando, hablando, equivocándose, corrigiéndose en constante y voluntariosa búsqueda ¿por qué luego necesitaría un instructor? Se respondió que no es el niño o el joven quien lo requiere sino el profesor quien lo instituye como incapaz de comprender por sí mismo. La explicación es el gran mito pedagógico que divide a las inteligencias en dos: superiores e inferiores. Para Jacotot este es el principio del embrutecimiento. El que es “explicado” aprenderá que no puede comprender si no se le explica. “Se puede aprender solo pensó... por la tensión del propio deseo o por las dificultades de la situación”. Enunció dos premisas: 1) Que la inteligencia humana es básicamente igual. 2) Que se puede ser maestro en aquello que se ignora. Para probar esta premisa incursionó en disciplinas que ignoraba totalmente como piano y pintura. Con respecto a la primer premisa la puso a prueba con sujetos de diversas edades, género y condición social, obteniendo respuestas que superaban sus propias expectativas.
Consideró a su sistema como emancipador ya que buscaba que todo hombre del pueblo pudiera ser consciente de su capacidad intelectual y decidir por sí mimo qué uso darle. También supuso que, dado que se puede transmitir lo que se ignora, un humilde e “ignorante” padre de familia, podía educar a sus hijos sin maestro explicador. “Hay que aprender alguna cosa y relacionar con ella todo el resto”

Decía: quién quiera emancipar a un hombre, debe interrogarlo a la manera de un hombre, y no como los sabios, para ser instruído y no para instruír.
Y esto lo hará quién efectivamente no sepa más que el alumno, quién no ha aprendido el viaje antes que él, el maestro ignorante.

Por tanto se llamará emancipación a la diferencia conocida y mantenida por las relaciones de la voluntad y la inteligencia, al acto de una inteligencia que no obedece más que a sí misma, aún cuando la voluntad obedece a otra voluntad.

"Quien enseña sin emancipar embrutece"
Jacques Ranciere.


C) Analiza el principio de veracidad, comparándolo con el concepto de opinión.

El principio de veracidad para el autor se encuentra en el corazón de la experiencia de emancipación. No es la clave de ninguna ciencia, sino la relación privilegiada de cada uno con la verdad, de quien se pone en su camino, en su órbita de buscador.
La verdad no une a los hombres de ninguna manera. Porque ella no se nos brinda. Es independiente de nosotros y no se somete a la fragmentación de nuestras frases. “la verdad existe por sí misma; es lo que es y no lo que de ella se dice. El decir depende del hombre pero la verdad no”
Así, “enseño lo que ignoro” es una verdad. Es el nombre de un hecho que ha existido, que puede reproducirse.
En cuanto a la razón de ese hecho, por el momento, es una opinión, y tal vez lo sea siempre.
Pero con esta opinión, giramos en torno a la verdad, de hechos en hechos, de relaciones en relaciones, de frases en frases.
Lo importante es no mentir, no decir que se ha visto algo cuando en realidad se tenían los ojos cerrados, no contar nada más que lo que se ha visto, no creer que se ha explicado cuando solo se ha nombrado.

Es por eso que cada palabra es enviada con la intención de llevar un único pensamiento, pero a espaldas de quién habla y a pesar suyo, esa expresión, se fecunda por la voluntad del oyente y el representante se vuelve el centro de una esfera de ideas que irradian en todos los sentidos, de suerte que el orador además de lo que quiso decir, ha dicho realmente una infinidad de cosas, ha formado el cuerpo de una idea con tinta, y esa materia destinada a envolver misteriosamente un único ser inmaterial, que tiene su propio mundo de ideas y de pensamientos.


























Apreciaciones personales

Cuando Rancière habla del “maestro ignorante” se refiere a aquel que puede separar o disociar su propio conocimiento y el ejercicio de la docencia. Es un maestro que ordena o encausa al que “no sabe” un determinado conocimiento hacia un camino para lograr aprehenderlo. Pero esta guía, justamente deja espacio al alumno para el cuestionamiento del saber.
Desde esta postura epistemológica, Rancière cuestiona el sistema educativo institucional actual, que responde a un sistema social que pretende perpetuar la desigualdad, enseñando solo el saber dominante que reproduce modelos sociales instituidos. Según este filósofo mediante la educación formal se trasmiten las creencias y axiomas sin alentar a las reflexiones que posibiliten cambios.
Un nuevo maestro llamado por Rancière “maestro ignorante” sería aquel que favorezca la emancipación intelectual de sus alumnos. Un maestro nuevo que pueda escapar del mecanismo institucionalizado mecánicamente y genere una relación con espacio para “pensar creativamente”
En este siglo se ha visto cómo ha ido cambiando la valoración política y social del lugar y la función que corresponde a maestros y profesores. Se ha pasado de enaltecerlos, desde su papel casi santo de misioneros educativos o liberadores sociales, a denunciarlos como poco menos que instrumentos perversos de la reproducción social e ideológica del capital. Con mucha agudeza, Rancière pone el centro de atención en otro lugar y descoloca aquella contraposición. En este cambio de perspectiva, los maestros (y todos los hombres y las mujeres en general) no liberarán o someterán por su sola función en el diseño institucional de un estado, sino que lo harán a partir de sus decisiones en cuanto a la relación que establecen con los demás.
La acción emancipadora será consecuencia de sostenerse en el postulado de la igualdad entre los seres humanos, y, a partir de esta decisión, se abrirá un mundo de posibilidades inéditas en la que la posesión de saberes no será el fundamento oculto de las jerarquizaciones. Éste es el mensaje que El maestro ignorante nos da. Pero también abre las puertas a otros desafíos.
Lo que interesa a Rancière es descubrir la potencialidad de todo hombre o mujer cuando se considera igual a los demás y considera a todos los hombres iguales a él.
La voluntad será la vuelta sobre sí del ser que razona, que se reconoce con capacidad para pensar y actuar. El reconocimiento de la igualdad horizontaliza las relaciones de poder y ubica el protagonismo en cada uno de nosotros.
Es una manera de establecer relaciones entre los humanos en las que a todos sin excepción se les reconoce la posibilidad de la palabra. Lo que embrutece a una persona no es su falta de instrucción sino la creencia en la inferioridad de su inteligencia, y lo que embrutece a los “inferiores” embrutece, al mismo tiempo, a los “superiores”.

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